Por: Rolando Pérez Betancourt
La polémica y la pandemia han hecho que La red Avispa se siga viendo muy por encima de lo que previeron los cálculos más halagüeños.
Ello a pesar de que algunos implicados en la trama fílmica se hayan jurado ignorarla y siguen llamando a un boicot, mientras claman reparaciones legales «por daños y perjuicios».
Pero se traicionan y, en la soledad del hogar, se sientan frente a la plataforma de Netflix deseosos de saber. Después no pueden contenerse y estallan, aunque el alarido sea evidencia de haber roto un pacto de cofrades, como le sucedió a Ramón Saúl Sánchez, viejo adlátere del terrorista Posada Carriles y contrarrevolucionario ligado a aquellos primeros grupos empeñados en que Cuba retornara a lo que era antes de 1959.
Sánchez se muestra ofendido, porque el filme «es más un proyecto político que una historia cinematográfica», declaración que invita a imaginar una trama de ciencia ficción, con el director francés Olivier Assayas, los productores de diferentes países, técnicos, actores, y a la mismísima Netflix, envueltos en una conspiración internacional
interesada en abogar por el derecho de Cuba a defenderse contra los terroristas de la Florida, amamantados por el Gobierno de Estados Unidos.
Lo que en verdad le molesta al experto en explosivos del grupo terrorista Omega-7 es que el filme lo presenta como uno más de los tantos que han hecho de la contrarrevolución un lucrativo negocio, verdad que no pocos de su estirpe tratan de sacudirse por aquello de que la imagen del «patriota» nadando en dinero feamente acumulado no dignifica a la causa.
De ahí que el también integrante del grupo Alpha 66 (con sangrienta hoja de servicio contra el pueblo cubano) se muestre indignado por la posición incómoda en que lo coloca el filme y alegue, con aire de ofendido, que no fue poco el dinero salido de sus bolsillos para unir a la familia cubana. Declaración tras la cual –según pronunciamientos publicados en internet– se explaya cual fastuoso pesetero: «Si hasta una cuenta de 800 dólares en llamadas a Cuba tuve que pagar una vez».
Todo un recordatorio de «quién es quién» la aventura de transitar las redes sociales viendo las reacciones ante La red Avispa. Así surge Carlos Alberto Montaner, viejo terrorista y agente de la cia (con expediente probatorio) devenido «analista político» sin dejar de ser un ardoroso contrarrevolucionario. Él fue otro de los que, «sin quererlo», vio La red Avispa, porque –a tono con los ideales del intelectual de altura que todo lo pone en duda– no podía creerse el argumento de que la cinta «fuera pura propaganda pagada por La Habana». Es decir, desvestido supuestamente de prejuicios y posturas ideológicas, el analista vio la película, tras lo cual considera que fue un error, porque, en efecto, «es propaganda pagada por La Habana», calumnia riesgosa –debía saberlo– ya que también él pudiera ser demandado por los productores del filme y, en esta ocasión, no sin que falten razones para abrir expediente en los tribunales.
Una vez más el cine, el arte, en sus implicaciones históricas, vuelven a quedar a un lado cegados por las posturas extremas que prefieren las hogueras antes que los análisis. Odios, palabrotas, descalificaciones, vacuidades, salvajismos del verbo, malsana propaganda frente a los que simplemente se limitan a dar una opinión franca, como le sucedió al vicepresidente español, Pablo Iglesias. «Vista. Héroes. Peliculón», escribió con total franqueza el dirigente, y la claque furibunda, que nunca falta, agitó antorchas y salió a incendiar las redes.
(Tomado de Granma)