Si bien es cierto han sido contantes las críticas al organismo por parte de diversos actores políticos por éste y otros hechos de parcialidad, es con la asunción de Luis Almagro como Secretario General que se ha vuelto aún más cuestionable el papel de la OEA. Pese a que en su discurso de posesión se comprometió a “trabajar para todos los países de la región sin excepción y de poner fin a fragmentaciones innecesarias, así como a buscar soluciones prácticas a los problemas existentes”, su actuar ha sido totalmente contrario. Obsesionado con la caída del régimen venezolano, ha poyado incondicionalmente a los gobiernos de derecha que conforman el grupo de Lima. Sin embargo, no hemos visto al Secretario General de la OEA trabajando o haciendo el menor pronunciamiento ante la terrible situación de asesinatos contra líderes sociales y defensores de derechos humanos en Colombia, la represión social en Brasil y Chile, la grave situación sociopolítica que enfrenta Centroamérica, que obliga a migrar a miles de personas, tampoco a lo que ocurre con la nación haitiana. Para Luis Almagro estos no son problemas relevantes, pero sí lo es Bolivia.