«Era imperfecto. Todos queremos a los chicos porque son imperfectos. El juego es la vida de los chicos y Diego fue el jugador más grande porque fue el chico más grande. Tan grande, que convirtió el juego en un inmenso campo de rebelión. El sistema quería que el astro Diego fuera un ex pobre domesticado, para que los pobres quisieran replicarlo. Pero el espejo que hizo Diego reflejaba su esencia. En ese espejo, el pueblo se veía pueblo.»
Cuando dijeron por la radio que había muerto se me hizo un nudo en la garganta y mi mujer, que estaba a mi lado, se puso a llorar, como si fuera alguien de la familia. Y los borrachines que a veces acampan en la calle empezaron a gritar ¡¡Chauu, Diegooo!! con sus voces aguardentosas. Creo que hasta los perros del barrio empezaron a aullar a esa muerte monumental.
Siempre supe por qué lo quería y por qué lo odiaban. Empiezo por lo segundo: lo odiaban porque tenía el valor que muchos no tienen de ser libre, de no ajustarse a lo que todos le reclamaban, de ser siempre él a un costo bestial. Todos piensan que cuanto más arriba, más libre. Y es al revés, porque estar arriba te convierte en un engranaje importante de la máquina, no podés ir a destiempo, desajustar el paso, no ser un ejemplo, no podés cagarte en ser el espejo en el que todos aspiremos a reflejarnos. Los millonarios y los famosos cumplen esas reglas de casta. Los famosos están para eso. Y Diego los mandó a pasear a todos.