Por: Víctor Fowler
Hace pocos días, el martes 27 y durante par de horas, más de un centenar de personas (buena parte de ellos, jóvenes) intercambiaron ideas a propósito de los acontecimientos del día 11 de julio en el país. En un panel –organizado por el colectivo La Manigua y transmitido en su chat de voz bajo la conducción de la sicóloga y activista Karima Oliva– escuchamos las intervenciones de Verónica Medina (actriz y vice-coordinadora de La Madriguera), Iramís Rosique (miembro del Consejo Editorial de La Tizza y especialista de la Red en Defensa de la Humanidad) y José Ernesto Nováez (periodista y escritor, coordinador del Capítulo Cubano de la Red en Defensa de la Humanidad). No sé si han participado de un chat de voz en Telegram, aplicación de mensajería que (al igual que la popular WhatsApp o la cubana Todus) permite la reunión de comunidades en un «salón» virtual en el cual «conversan», en tiempo real, gracias al intercambio de mensajes de audio.
Luego de las intervenciones iniciales de los panelistas, el intercambio quedó abierto a la participación de más de un centenar de escuchas que se reunieron para la ocasión, y entonces fluyó un abanico de ideas que abarcó, dentro de muchos otros asuntos, aspectos tan diversos como el señalamiento de errores en el trabajo político y/o cultural dentro de poblaciones desfavorecidas; valoraciones sobre la pertinencia o error de haber eliminado espacios de desarrollo colectivo como el sistema de becas o los campamentos pioneriles; la sustitución del trabajo político (discursivo, explicativo, dialógico, pedagógico) por la visión administrativa superficial (que se detiene en el manejo de cifras, flujos y operaciones); la necesidad de emprender una renovación profunda de estructuras de poder popular como son los CDR, la FMC y el Poder Popular mismo; la obligación de que los aparatos estatal y político reiventen continuamente sus interacciones con los ciudadanos de manera que, en medio de una guerra económica, política, ideológica y cultural implacable contra el socialismo cubano, sea impedido cualquier signo de extrañamiento, distancia o alienación entre la población y estos órganos directivos; la necesidad de reinventar los discursos y las maneras de comunicar; la petición de eliminar cualquier demanda de una política revolucionaria activa que rectifique, de manera continua, problemas de vulnerabilidad, pobreza, marginalidad y sus consecuencias culturales, conductuales, sociales y en los ámbitos de la educación, integración social y realización de la persona; la necesidad de aumentar la participación y, en general, el protagonismo de los jóvenes en la sociedad, sea esto en acciones concretas o en el reflejo y divulgación de nuevas ideas; los reclamos a los medios de comunicación masiva respecto a la importancia de que demuestren un papel más activo, así como mayor inmediatez y profundidad en el análisis y la difusión de los problemas del país, la presencia continua de tales problemas/demandas en las diversas instancias partidistas, el esfuerzo de los organismos del Estado en solucionarlos o atenuarlos y, muy principalmente, la colocación en primer plano de las respuestas de las comunidades; la necesidad de cambiar modelos de acción y/o comunicación para que se torne más transparente la lucha contra la corrupción, la burocracia estatal, el «campañismo» y las debilidades de la propia prensa.
Un día antes, el 25 de julio, este mismo chat de voz nos había conectado en directo con los momentos en los que arribaban al Capitolio de Washington los integrantes de Puentes de Amor, proyecto de solidaridad con Cuba y de lucha contra el bloqueo, coordinado por Carlos Lazo en Estados Unidos. Semanas antes, en otra transmisión, hecha igualmente desde el espacio de las redes sociales, los colectivos de Bufa Subversiva, Brújula Sur, Cimarronas, Horizontes Blog y La Tizza se reunieron para crear el «canal-emisora colaborativo» Malas compañías, y allí desarrollaron otro muy interesante debate, al que dieron como título Comunidad lgtbiq+ en Cuba. ¿Adónde estamos y adónde vamos?
Son nombres de nuevos espacios para la presentación y el debate de ideas, así como de actores para postularlas. En términos comunicacionales, la transformación conduce a la obligación de asimilar y producir para un mundo en el cual se impone la mayor velocidad, diversidad e integración entre mensajes de texto, audio, imagen fija y video. Además de lo anterior, un mundo donde los intercambios se tornan más desafiantes, cautivadores e interactivos en tanto mayor es la dialogicidad.
De una parte, me interesa escuchar, y confieso haber disfrutado con estos intercambios de opinión en territorios que exigen que abandone torpezas en el manejo de las tecnologías de comunicación digital, y que con rapidez me incorpore a las muchas opciones que ofrece el universo de las redes sociales, los blogs, los sitios web, los podcast, los chats de voz y otras alternativas para el establecimiento de contacto. Creo que hay allí un potencial enorme que, tanto organizaciones políticas y de masas como entidades estatales, estructuras barriales y los más diferentes proyectos de transformación social necesitan asumir, integrar a su trabajo y prácticas cotidianas, y hacer que el análisis crítico de los problemas, la transparencia comunicativa, la participación y el diálogo social en el país sean cada vez más diversos, extensos, profundos y significativos en su carácter transformador.
(Tomado de Granma)