Por: Yurina Piñeiro Jiménez

Capitán de Navío, Norberto Collado, nuevamente como timonel del yate Granma, en un desfile en la Plaza de la Revolución, el 2 de diciembre de 2006. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate.
«Los tiempos difíciles son los tiempos difíciles. En los tiempos difíciles el número de vacilantes aumenta; en los tiempos difíciles —y eso es una ley de la historia— hay quienes se confunden, hay quienes se desalientan, hay quienes se acobardan, hay quienes se reblandecen, hay quienes traicionan, hay quienes desertan. Eso pasa en todas las épocas y en todas las revoluciones. Pero también en los tiempos difíciles es cuando realmente se prueban los hombres y las mujeres; en los tiempos difíciles es cuando se prueban, realmente, los que valen algo. Los tiempos difíciles son la mejor medida de cada cual”, aseguraba quien precisamente, en los momentos más complicados, demostró con creces su valía.
Riesgoso y largo viaje desde Tuxpan (México), hacia la costa sur del Oriente cubano, en un yate con capacidad para ocho tripulantes, pero en el que venían 82 expedicionarios. Además de la llovizna y el frío que los despide en la madrugada del 25 de noviembre de 1956, nuevos e inesperados obstáculos. El levantamiento del día 30 en Santiago de Cuba, en apoyo al desembarco, ha sucedido antes del arribo por el atraso del Granma. En la tarde del día siguiente, al norte de Gran Caimán, advierten un helicóptero, toman medidas, pero la nave sigue su viaje; parece un vuelo de rutina. El mar se pone cada vez más embravecido. La debilidad, el cansancio físico y el hambre de seis días de travesía. La ansiedad, inmensa…
«Ahora, en la noche, el sonido de las olas es más impresionante. Hace frío. Se han acabado los cigarros, ya no hay qué fumar. Se rastrea por los rincones y los bultos en busca de algún cigarro o tabaco, pero no se encuentra nada. Vamos más apretados, pues por el tiempo que está haciendo todos tenemos que ir dentro. Fidel, el Capitán y el timonel revisan el mapa. El Capitán orienta que alguien vea si descubre el resplandor del faro de Cabo Cruz. Ya antes lo había intentado otro, pero como hay tanto oleaje, se hace difícil la observación. Roque dice que él va a ver. Sube al techo. El yate da un bandazo, se escucha crujir un palo y gritan:
–¡Hombre al agua! ¡Que unos miren por un lado y otros por otro!
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