Extenso y tormentoso es el periodo que vincula las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, y que se extiende hasta hoy cargado de sobresaltos. Pocos, recuerdan, sin embargo, que desde la independencia misma del poderoso del norte, la presencia de la Mayor de las Antillas asomó como una apetitosa golosina que se quiso devorar la bandera de barras y estrellas.
En 1808, Tomas Jefferson planteó la compra de la isla. Y lo propuso al gobierno de España, que no aceptó la idea. “Vi a Cuba como la más interesante adquisición que se haya hecho al sistema de estados”, dijo luego. En 1823, el Secretario de Estado John Quincy Adams propuso sin ambages “la anexión” de Cuba” como un requerimiento natural. La isla, “tendrá que gravitar inevitablemente hacia la Unión Norteamericana”, aseguró. Desde entonces, el tema fue una fiebre en la política USA y asomó como una amenaza significativa para la pequeña isla de los Mambises. Para Washington, Cuba era algo así como “la ventana” hacia el Caribe y por lo tanto pieza clave para el dominio de los territorios situados al sur del río Bravo hasta la Patagonia.