Por: Daniel Jiménez Vaquerizo

El cantautor cubano Silvio Rodríguez durante una actuación en la inauguración de la Cumbre de los Pueblos que se realizará en paralelo a la VII Cumbre de las Américas, en la Ciudad de Panamá el 9 de abril de 2015.- AFP
No sé bien en qué momento, entre tantos viajes en coche, empecé a darme cuenta de qué estaba diciendo esa voz fina con acento caribeño que salía del radiocasete del Ford de mi padre. Las carreteras eran eternas para un niño en el asiento de atrás del coche. Crecí tarareando canciones que en mi colegio poca gente conocía. Para mí era normal saber qué era un papalote, un domingo de trabajo voluntario, por qué la cobardía era asunto de los hombres o que la maza sin cantera no era muy útil.
Al tiempo descubrí quién era Silvio Rodríguez y por qué mi padre quemaba aquel Te doy una canción, que en realidad se llamaba Días y Flores, pero que Franco censuró y tuvo que cambiar el título de su primer LP publicado en España. Todavía no sé cómo llegó Silvio a mi padre, si fue efecto de esos años 70 de cambios políticos, pero ahí estaba, eran los noventa y la historia todavía pesaba sobre aquellos comunistas, que sobre sus hombros tenían la carga de los vencidos por el capitalismo.